Los recientes anuncios de estímulos fiscales en el Reino Unido, uno de los más agresivos desde principios de los años 70 del siglo pasado, desencadenaron una turbulencia significativa en los mercados europeos. Los temores de una estanflación se han pronunciado y existen dudas sobre la coordinación debida de políticas macroeconómicas para combatir la inflación más alta en décadas.

Ciertamente, el temor a una recesión severa y duradera en Reino Unido justifica en parte estos anuncios de estímulo fiscal. No obstante, bajo el actual desbalance de oferta y demanda agregada, estímulos fiscales de esta naturaleza pueden crear aún más inflación. 

Por otro lado, el Banco de Inglaterra está combatiendo decididamente la inflación del país, una de las más altas del G7, a través de aumentos en la tasa de interés de intervención. De perdurar este choque frontal entre la política fiscal y monetaria, el efecto negativo sobre la economía se puede multiplicar, pues no sólo traerá más inflación sino también incrementos exponenciales en las tasas de interés de los mercados financieros. 

El propio emisor ha tenido que girar temporalmente el timón del ajuste monetario, interviniendo el mercado para evitar un endurecimiento excesivo en las condiciones financieras que limiten el flujo de crédito. El costo de ello es que se está creando más presión sobre la libra esterlina y, en consecuencia, más presión sobre la inflación.  

Seguimos esperando que los faros monetarios del mundo sigan incrementando sus tasas de interés de referencia en el corto plazo, según lo dicta su mandato constitucional. Sin embargo, dichos ajustes podrían perder algo fuerza en los próximos meses, pues la situación del Reino Unido sirve como ejemplo para prevenir un estrés indeseado en los mercados y efectos excesivamente restrictivos en la economía.